viernes, 17 de octubre de 2014

Móviles


Hay unos bichitos voladores que, al escribir de noche, sobre la pantalla del teléfono se asoman y tropiezan. Todo está oscuro excepto el escritorio refulgente. Vuelan desde no-sé-cuál-lugar estos insignificantes kamikazes. He cerrado los ojos e imaginado antes de dormir qué vida tendrán una vez no haya luz. Los he intentado escuchar pero sólo alcanzo los ronquidillos de Álvaro y mi cabeza que apenas calla. Si saliera de la habitación descalza igual difícilmente los piso o me sigan.
Existe la probabilidad de la presencia de una colonia, o de que sean seres aislados, independientes como el músico de metro.
He matado en dos días ya unos cuatro con la yema del índice. Me asquea esta aniquilación bajo la presión de mi piel, sufro de lástima por destruir vida como si al ecosistema mi capricho afectase, no tanta desde la última invasión de cucarachas, la cual comenzó por un gesto de compasión unilateral, de respeto pretendido entre especies, terminando en una convivencia no deseada. Con estos pequeños insectos, mosquitillos de marras, se puede perder la capacidad de sumar, contabilizarlos y clasificarlos en especie, pues son ellos los que se esconden en su invisible existir hasta que enciendes una pequeña luz y se descubren.

Para acabar esta historia, en un intento de salvarla de un fin insecticida, cercando ideas hacia la sorpresa del lector, propongo a éste que se observe en el espejo de su baño antes de ir a dormir, con luz a ser posible de tocador y, aproxime la nariz a la superficie lisa buscando su reflejo tocar, echando sobre el mismo mucho vaho hasta que ese círculo blanco resultante de su respiración genere la opacidad sin imagen, tal vez haya de esforzarse en emitir mayor aire nasal, así se arrime completamente hasta chocar para que otro pequeño círculo se cree formando ese otro diminuto espejo dentro del opaco más grande. Llegados a este punto, si no ha comprendido las instrucciones recomiendo volver a leer el párrafo. Hecho lo cual, y entonces, sólo entonces, nótase ese frescor en la piel de la nariz que todos alcanzamos al hacer el tonto frente al espejo.

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