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lunes, 13 de abril de 2015

Cumpleaños


Te deseo que pases un feliz cumpleaños. Te deseo que pases por delante. Te deseo que pases pasas posando pesas. Te deseo, Deseo, te deseo. Te deseo seseo en tu día. Te deseo o te poseo, no cabe duda que no te leo. Te deseo tanto como cuanto. Te deseo la luna y las estrellas como velas extenuantes. Te deseo feliz desliz anual. Te deseo velos de luz en tus dedos. Te deseo un haz superlativo en los buenos sueños.
Este año he recibido unas felicitaciones extraordinarias y extravagantes por mi cumpleaños, todas anónimas, como las sociedades que nunca estableceré. Estaban en la roja papelera de mi despacho. ¿Eran extravagantes por su vagancia extraña o ubicación inesperada? ¿Eran extraordinarias por el emplazamiento ordinario para otros menesteres? Lo eran en su contenido y semántica triunfal. Lo eran por su fuerza, su sinceridad e incoherencia fanática del amor ciego.
Había regresado del almuerzo por excelencia o autohomenaje anual, cuando desplacé la silla de ruedas de escritorio a un lado con la mano izquierda quedando la papelera al descubierto, así pude observar esos aviones de papel estrellados sin dolor sobre ésta. Comencé a desdoblarlos con la timidez de un primer encuentro, con miedo, con gana obstruida, con huroneo, con protección eyacular. Los fui leyendo uno a uno y luego de dos en dos, sin poder de tres en tres que ya era un cuarto de hora de ceremonia con el riesgo de ser descubierto por el entorno ofimático. Soy todo oídos y el deseo no ha cesado de rondar las cuencas donde habitan todas las felicitaciones inimaginables. El deseo se convierte en palpable en el momento de una felicitación para buenos augurios, mas se pierde a las 24 horas, y su resaca es coleccionable.

Levanté el rojo cubo con los brazos extendidos sobre mi cabeza, mirando hacia el techo todos los aviones cayeron sobre mí. La oficina al completo comenzó a aplaudir y sólo entonces comprendí que trabajar para las fuerzas aéreas no tiene límites etéreos.

martes, 10 de marzo de 2015

Elefante rosa

Lloraba como por resorte automático. Era un niño sano, por ello tal vez habría decidido no dar su brazo a torcer. La piscina era azul mas el agua adoptaba el color niño. El bañador probablemente también mimetizaría. Las pelotas y otros utensilios de juegos acuáticos parecían ser engullidos en su cromática paralela. No sabría decir por qué observaba todo este entorno. Es decir, qué importancia le otorgaba a todo cuanto geográfico húmedo lugar soñado se abstraía. Otro pequeño fue contagiado por los lloros, el primero enmudeció curioso al asir un minúsculo elefante rosa, con pato amarillo de goma, con su madre tranquila.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Los pájaros también vuelan


Me despierto con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Hay aire bajo mis axilas y la aperturas de mi nariz están desbocadas. Los pies están inclinados, las rodillas flexionadas, mi sexo erecto hace de timón mientras los boxers funcionan como velas de navegación, las mismas que soñé esta noche rozar mi cara. Mi abdomen se halla hundido bajo unas costillas prominentes, desplegadas en mi pecho de vello moreno. Las nalgas, apretados colchones al viento, reciben las ráfagas de aire que la velocidad les propina. Volar es un vicio reciente en los círculos que frecuento. Si no vuelas no eres nadie y si eres alguien vuelas. Con todo hay muchos discursos en contra de esta práctica tan sana como arriesgada. Volar puede arrastrar la motivación del trabajador hasta el punto de desequilibrio social, si abusas de esta práxis te ausentas de tus obligaciones, ¡el país deja de funcionar por culpa de unos pocos snobs! Nuestro lema, los pájaros también vuelan, nos permite el primer impulso, repítelo tantas veces en tu mente, comienza a ser uno de nosotros.

Para Álvaro Pichó, un gran volador


Para Álvaro Pichó, un gran volador

viernes, 17 de octubre de 2014

Móviles


Hay unos bichitos voladores que, al escribir de noche, sobre la pantalla del teléfono se asoman y tropiezan. Todo está oscuro excepto el escritorio refulgente. Vuelan desde no-sé-cuál-lugar estos insignificantes kamikazes. He cerrado los ojos e imaginado antes de dormir qué vida tendrán una vez no haya luz. Los he intentado escuchar pero sólo alcanzo los ronquidillos de Álvaro y mi cabeza que apenas calla. Si saliera de la habitación descalza igual difícilmente los piso o me sigan.
Existe la probabilidad de la presencia de una colonia, o de que sean seres aislados, independientes como el músico de metro.
He matado en dos días ya unos cuatro con la yema del índice. Me asquea esta aniquilación bajo la presión de mi piel, sufro de lástima por destruir vida como si al ecosistema mi capricho afectase, no tanta desde la última invasión de cucarachas, la cual comenzó por un gesto de compasión unilateral, de respeto pretendido entre especies, terminando en una convivencia no deseada. Con estos pequeños insectos, mosquitillos de marras, se puede perder la capacidad de sumar, contabilizarlos y clasificarlos en especie, pues son ellos los que se esconden en su invisible existir hasta que enciendes una pequeña luz y se descubren.

Para acabar esta historia, en un intento de salvarla de un fin insecticida, cercando ideas hacia la sorpresa del lector, propongo a éste que se observe en el espejo de su baño antes de ir a dormir, con luz a ser posible de tocador y, aproxime la nariz a la superficie lisa buscando su reflejo tocar, echando sobre el mismo mucho vaho hasta que ese círculo blanco resultante de su respiración genere la opacidad sin imagen, tal vez haya de esforzarse en emitir mayor aire nasal, así se arrime completamente hasta chocar para que otro pequeño círculo se cree formando ese otro diminuto espejo dentro del opaco más grande. Llegados a este punto, si no ha comprendido las instrucciones recomiendo volver a leer el párrafo. Hecho lo cual, y entonces, sólo entonces, nótase ese frescor en la piel de la nariz que todos alcanzamos al hacer el tonto frente al espejo.

sábado, 15 de marzo de 2014

Miro a Álvaro

Las habitaciones de la casa son todas dobles. Parece que no han dejado la vivienda sucia, aun así conveniente es que la señora de la limpieza haya llegado. Papá y yo elegimos una habitación que podría ser la suya, luego descubrimos que hay otra menos ruidosa. Las cortinas no parecen haberle gustado y las ha descolgado, cierto que tanta flor es pegajosa o repipi. Pero qué raro que a Papá le moleste un elemento estético, es tan pragmático este ingeniero jubilado. Rebusco por la cocina algo que le pueda faltar para su regalo de cumpleaños. Caminando por la casa acabo descubriendo una tercera habitación, ésta es aún más silenciosa y se ven árboles próximos, a él también le gusta más, ésta será la suya, aun con ese enorme armario antiguo. Por la ventana veo una torre de la zona incendiándose, la señora de la inmobiliaria no lo ve sintomático, estas cosas pasan.
He bajado a la planta baja con Mamá, que a qué santo aparece por aquí. Discutimos fuertemente, ella hace un amago de desmayarse, soy tan cruel a veces, tengo tanto del pasado estancado. Unas señoras la han sujetado pero las retiro y la tomo yo. Caminamos, parece que nos vamos reconciliando. Salimos de nuestro mundo y descubrimos el gran caos que nos rodea. Los bomberos están mojando el edificio donde Papá está. Descubro ya calcinadas las torres de apartamentos próximas. Personas van y vienen, he olvidado en el piso mi teléfono móvil, le pido el suyo a mi madre, no tiene batería apenas pero intenta hacer una llamada, sin embargo se equivoca y llama a alguien con contestador, alguien que nunca escucha su contestador. No hay más remedio que despertarme y mirar a Álvaro dormir.